MATAR El TORO
(Publicado
por la revista “Nuestra Fiesta”)
Jorge
Arturo Díaz Reyes
La fiesta de toros, la corrida, es el único rito sacrificial, que
ha sobrevivido desde los albores
de la inteligencia, desde el parto de los mitos, desde el alumbramiento de la
civilización.
Mircea Eliade, filósofo escritor e historiador de religiones, rumano y calvo por más señas, muerto hace treinta años sin la menor
posibilidad de ser acusado de
taurino, lo constató y luego lo escribió: “El toro y la gran diosa
son las deidades que vinculan todas las religiones protohistóricas de Asia,
África y Europa”.
Jacques Cauvin, francés y
arqueólogo insigne, informa en su libro: “El
nacimiento de los dioses y la agricultura”, publicado por la universidad de
Cambridge en 1994, que las primeras evidencias de confrontaciones rituales del
hombre con el toro, tienen por lo menos diez mil años, aunque de seguro son
mucho más antiguas, y que la lucha mortal con el animal sagrado implicaba no un
acto de crueldad sino de abnegación al arriesgar y sacrificar lo que le
corresponde a los oficiantes en prez y favor de los dioses.
Marija Gimbutas, estonia y
autoridad mundial en culturas prehistóricas europeas, en su texto “Dioses y
diosas de la vieja Europa” identifica el toro como la primera deidad (el Dios
macho), “La Gran Diosa, emerge
milagrosamente de la sangre del toro sacrificial y en su cuerpo comienza
nuestra vida”.
El toro simbolizó desde
los orígenes de la cultura, la virilidad, la fuerza, el poder, la fertilidad,
la vida, su cuerna evocó la media luna creciente, los cambios climáticos que
beneficiaban o perjudicaban las cosechas, y traían la prosperidad o el hambre.
En su culto se recreaba el misterioso ciclo de la vida, la muerte y el renacer.
Como animal sagrado no
podía ser muerto con infamia, debía respetarse, reverenciarse, ofrendarse a él,
sacrificarse con dignidad y pompa. Con identidad, liturgia y honor.
No cabe aquí detallar como
este rito de arriesgar con el toro y darle muerte ceremoniosa subsistió a lo
largo de la historia. Cómo pasó por Sumeria, Egipto, India, Grecia, Roma,
Iberia. Cómo los judíos adoraron al toro joven (becerro de oro). Cómo campeó en
la Edad Media bendecido por el catolicismo (credo de piedad). Cómo arraigó en
América. Ni como llegó hasta hoy, convertido en la corrida moderna, esta
celebración que nos vuelve a poner cada vez frente a la realidad más honda,
inexplicable e insoslayable de nuestra efímera existencia; que no hay vida sin
muerte, y como nos recuerda que la nuestra es una fiesta trágica de la cual
vale salir con dignidad.
El toro de lidia, es el
único ser que hoy en día los hombres no matamos a traición, y la corrida, esta
celebración ancestral, llamada por García Lorca “la fiesta más culta”, nos permite aún sentir que conservamos
decencia, respeto y equidad en nuestra relación con la naturaleza. Por todo
esto y más, en ella se mata el toro como merece, con identidad, con reverencia,
en suerte suprema, batiéndose cara a cara y en ruedo ceremonial. No como a la
inmensa mayoría, en la sordidez de los mataderos.
Cali XI 2013