La esencia de las cosas
(A propósito del libro de Antonio Burgos)
(Publicado en abril del 2000 por Burladero.com)
José Barney, un amigo colombiano que fue a Las Fallas (2000), me trajo de regalo "Curro Romero. La esencia". Lo he leído con deleite, con tiempo, con temple, tal como allí opina el maestro que se deben hacer las cosas.
Sé que "burladero.com" ya publicó, en la sección de libros, una reseña escrita por Jorge Cebrián, a la cual yo no podría quitar ni agregar nada. Sin embargo, a riesgo de abundar, de repetir mal aquello que ya se dijo bien, he cedido a la tentación de comentar la lectura (manía de aficionado).
Lo primero; es una buena biografía. Y lo seguiría siendo, así no fuera la de Curro, ni la de un torero, ni la de un personaje célebre. Lo sería por propio mérito, a despecho de que el protagonista hubiese sido diferente; un ser anónimo por ejemplo, como ha sucedido con tantos buenos libros. Pues la literatura, dicen, es el arte de hacer pequeñas las cosas grandes y grandes las cosas pequeñas.
Pero además de su intrínseca virtud libresca, este, contiene la memoria de Curro, del torero, del célebre personaje. La vida de un artista legendario, cuasi-deificado, contada como pequeña historia, sin alarde, sencillamente y en primera persona de principio a fin. El Faraón ha encontrado digno escriba.
Por ahí, por la técnica narrativa, emparenta con otros monólogos autobiográficos de toreros: con el de Lalanda octogenario, escrito por Amorós en el 87, o con el que esa otra leyenda, Juan Belmonte, le dictara a Manuel Chaves Nogales, hace sesenta y cinco años; veintisiete antes de matarse, como si lo que le sucediera después, retirado del toreo, no contase para la historia de su vida. Algunos dicen (y escriben) que es el mejor libro de toros.
Y es que estos libros así, atrapan, tienen el tono íntimo de la confidencia, de la complicidad, de la confesión susurrada en el rincón de la tertulia. Hablan mucho y hondo de toros, de toreros, de toreo, de públicos, de taurinos, de la vida. Llegan a la gente, pero más a los aficionados, que absortos en sus líneas, pueden hasta oír la voz del relator, el resoplar del toro, sentir su presencia y calar más en los misterios de su credo.
Es un lujo "escuchar" por obra y arte de Antonio Burgos, tan cerca y largamente a este torero excepcional, controvertido, que lleva casi medio siglo en los ruedos, a este hombre tímido, de pocas palabras, de menos entrevistas, que se conoce tanto a sí mismo, que conoce tanto su oficio, que conoce tanto a los demás, que es dueño de tan campechana sabiduría, de tan llano y valiente lenguaje.
Qué placer, también, sentarse uno en silencio y página tras página, dejar hablar y hablar con su modo andaluz, algo burlón, a este torero viejo, terco en la esencia de las cosas, devoto de su verdad, tenaz en su manifiesto de artista fiel a sí mismo, involuntario creador de una "religión" y de una tauromaquia cuya singularidad definió así un colega suyo: lo que hace Curro (con el toro) no es capaz de hacerlo ninguno... ¡sin el toro!.