La estocada de la historia
(Publicada por la revista “Astauros” XII 2013)
Jorge Arturo Díaz Reyes
Un clamor, una crónica y una escultura, dieron
alas al mito. Corría el año de 1907, era nueve de mayo, casi las ocho, cuando en los medios de la plaza,
“Machaquito”, tras una faena riesgosa, domadora y corta como las buenas de
otrora, citó a recibir.
Hacía un mes largo, a no mucha distancia, en el
Hipódromo de la Castellana, el Madrid había ganado al Bizcaya la final de la
Copa del Rey, frente a seis mil espectadores, concurrencia sin precedentes en
la historia del fútbol español.
Los catorce mil que llenaban la plaza de la
Fuente del Berro, saltaron cuando el tercer Miura embistió al pequeño cordobés,
y este sin ceder, cambiándolo por bajo, le sepultó la espada en la cruz. “Barbero”
sintió la muerte, bravo, trató de no rendirse, abrió los cuartos delanteros
buscando apoyo, levantó el izquierdo y rodó de costado. El clamor.
Entre los clamorosos había tres aficionados de
postín e influencia: Benito Pérez Galdós gloria de la literatura castellana, el
inmortal escultor valenciano Mariano Benlliure y José de la Loma “Don Modesto”,
escritor, por entonces crítico taurino de “El Liberal”, periódico que apoyaba
el recién caído gobierno de Montero Ríos. Dicen que la crónica de este, al otro
día, exigiéndole a su amigo que perennizara en bronce aquella perfecta
ejecución de la suerte suprema, fue lo que decidió la escultura.
Es posible que así haya sido, al menos es la
versión oficial, pero quizás la petición personal de Pérez Galdós, de la cual
no hay constancia, pesó más dados la admiración y afecto que Benlliure le
profesaba. No obstante. como lo que no se publica no existe, atengámonos a la
crónica:
“Madrid.
Ocho miuras para Fuentes, Bombita, Machaquito y Cocherito de Bilbao. Prepárate
ilustre alfarero. ¡Ha llegado la hora! Afila tu cincel de oro y mete mano a ese
barro divino, que conviertes luego en obras inmortales, ya no es posible
esperar ni un momento más. Ahí va una modesta idea. Un toro herido de muerte
por una estocada monumental se tambalea… en el pitón derecho lleva prendido un
trozo de la pechera de la camisa del matador… ¡Machaquito! ¿Te parece bien?
Pues manos a la obra.”
La escultura se fundió, fue comprada por un industrial bilbaíno quien se la regaló al
torero, y hoy es
patrimonio artístico de la humanidad. Infinidad de originales, imitaciones y
variaciones se han inspirados en ella. Es unánime, conmueve a todos con su
perfección y dramatismo. Sin embargo, para los aficionados al toreo, es más, es
una imagen sagrada, reliquia de la suerte suprema, ícono de la razón de ser de
la fiesta; la muerte ritual del toro.
Por otro lado, ese clamor, esa crónica y esa
escultura mitificaron a Rafael González
“Machaquito” como uno de los mejores matadores de la historia junto a "Frascuelo". No lo considera justo Félix Bleu quien los vio: “Dicen
que fue valiente, mentiría quien sostenga lo contrario. Dicen que fue
comparable a `Frascuelo´, eso es una
herejía. Con pundonor, guapeza y aparato mató mucho. Pero
defectuosamente”.
Por su lado Cossío le señala: “el paso atrás, el atropellamiento, la
despreocupación por el terreno, la impaciencia, que le hacía no reparar en la
posición del toro.” Seguramente todo sea cierto, tanto como también que aquella tarde, con aquel Miura, Rafael dejando la pechera, dio la estocada de la historia. Un clamor, una crónica y una escultura le
dieron alas al mito.