miércoles, 9 de octubre de 2013

Nimes 2000 años de toros, 50 de feria

Nimes 2000 años de toros, 50 de feria
(Publicado por Burladero.com 2002 )
Jorge Arturo Díaz Reyes
Habrá plazas mas exigentes, mas pomposas, mas bonitas, mas alegres, mas engreídas, y hasta mas importantes si se quiere, pero no las hay mas imponentes. Ninguna.

La de Nimes, obra de romanos, mas vieja que el cristianismo mismo, solemne, pesada y firme sobre sus 2029 años, ha visto correr toros bravos desde mucho antes que las corridas existieran.

Mirando sus antiguos arcos, columnas y grandes bloques piensa uno en las cosas que habrán visto y oído durante los dos milenios en que han albergado aficionados a los ritos de honor y sangre. Para no contar, claro, las incontables cosas que deben haber visto y oído durante las ominosas décadas del siglo XIX cuando los no taurinos la desviaron de su ritual destino para convertirla en prostíbulo y guarida de maleantes. Aunque también, justo es decirlo, prestó servicio militar (fortaleza) cuando se le requirió en defensa de la ciudad.

En su ruedo han oficiado los grandes toreros de la era moderna, empezando por “El Tato”, cojo glorioso, uno de cuyos carteles originales conserva intacto el museo. Aquel del 10 de mayo de 1863, en el que alternó con “Regatero” y Mariano Antón frente a toros camargueses.

Desde la primavera de 1952, en que “Pepe” y Luis Miguel Dominguín, acompañados de Rafael Ortega, el último “Gallo”, matando toros de Urquijo, inauguraran la feria que ahora cumplió 50 años, por aquí ha desfilado lo mejor de lo mejor. También matadores colombianos caminaron su largo paseíllo , el más, (66 metros); “Pepe Cáceres”, “Vásquez II, “El Puno”, “El Cali”, César Rincón, cada uno en su momento, cual más, cual menos, hicieron retumbar ovaciones y marcaron sus recuerdos en el histórico ámbito.

El público nimeño, torerista y afectuoso, se pasó, y, tal vez como celebración cincuentenaria, convirtió la “Puerta de los Cónsules” en una especie de puerta giratoria, sacando por ella día tras día a: Ferrera, porque mato solo seis ibanes. A Castella, por paisano. A “El Cordobés” porque se despidió. A Ojeda, por el ojedismo. A “El Juli” porque es “El Juli” y a Jiménez, porque lo apodera el dueño de la feria (Simón Casas).

En contrapartida, el toro de Nimes es más serio y usa hierros de Miura, Palha y Victorino, como pa´que respeten esta plaza, en cuyos alrededores, pase lo que pase adentro, hierve siempre una fiesta feroz de corte sanferminero.

No duele robarle unos días a San Isidro para venir a la Camarga francesa, tierra tan torera, en la que Antonio Ordóñez quiso que dispersaran la mitad de sus restos, la mitad que no dejó en el ruedo de Ronda. Lo malo fue que mientras yo cumplía esa romería, en Madrid salió el toro de la feria (el Hernández Plá bordado por “El Cid”) y Ferrera, Tomás y Ponce abrieron la puerta grande de Las Ventas, dando lugar a que a mi llega los amigos me recibieran con una sonrisa pretenciosa y un: --ya te perdiste lo mejor-- Una cosa por otra.

Jorge Arturo Díaz Reyes, Nimes
03.06.2002

Cali, plaza con historia

Cali, plaza con historia
(Publicado por Burladero.com 2001)
Jorge Arturo Díaz reyes

Réplica de la vieja plaza Granada. Foto: Jorge Arturo Díaz Reyes

El viernes 28 de diciembre la plaza de Cañaveralejo cumple 44 años. Mucho ha corrido el río bajo los puentes y el toro sobre el ruedo, desde aquella tarde inaugural cuando el caleño "Joselillo de Colombia" le pegó al negro, terciado y manso, "Resoplón" de "Clara Sierra" el  primer lance.

Sin embargo, pese a lo mucho que han corrido toro y río, la historia de la plaza, que anda por ahí, desperdigada en crónicas y libros, no es una historia larga si la comparamos con los 441 años que según infolios memoriales lleva la presencia de las fiestas de toros en esta ciudad tan desmemoriada. No es larga, cierto, pero ha sido intensa. A ello ha contribuido "la feria" nacida en el mismo parto.
Tampoco es una historia única, si tomamos en cuenta que Cali ha tenido más de 15 plazas de toros desde el 25 de septiembre de 1892, cuando el madrileño Tomás Parrondo "El Manchao" abriera la primera temporada de cuatro corridas modernas, en una de guadua (bambú) levantada donde hoy está el Centro Administrativo Municipal CAM. No es única, cierto, pero ha sido importante. A ello han contribuido el acertado manejo y la fidelidad de la afición.
Una fidelidad que hizo del "lleno" el distintivo de Cañaveralejo, llegando a ser por muchos años la única plaza del mundo que vendía la totalidad del aforo con diez meses de anticipación. Sólo se le acercaba la de Pamplona (España) que vendía con igual antelación el 90% de la boletería, ya que por ley debía dejar un 10% para el día de la corrida.
Cali proclamó entonces con holgura, con  orgullo  y quizás con justicia: "Los mejores carteles del mundo para la mejor feria de América". Por su ruedo desfilaron, salvo muy pocas excepciones, todas los grandes toreros del último medio siglo. Su toro comenzó a tener identidad; "El toro de Cali". Su administración de tipo cívico, distribuía sus buenos réditos entre obras sociales y promoción de la fiesta.
Así era, la vida próspera y feliz de la plaza, sí señor, hasta que hace unos tres años, varias nocivas circunstancias se juntaron en su contra: Los vientos lúgubres del neoliberalismo que abatieron la economía nacional. La campaña de mala leche propiciada por unos y oficiada por otros que no se contaban suficientemente gratificados. Y la gestión anticívica de un alcalde, que anda por ahí riéndose y abrazándose con todo el mundo. 
Comienza la feria 2001 - 2002 y ante el toro pregonao de la crisis, la empresa valientemente se ha tirado a los medios; ha rehuido las figuras cómodas, optado por los toreros de casta y (según dicen), por el toro de trapío. Ahora sólo falta ver si volverán los buenos aficionados del tejadillo sus llenos a colgar.



© Burladero.com. Cali, 23.12.2001

Pamplona siempre

Pamplona siempre
(Publicado por Burladero.com)

Por: Jorge Arturo Díaz Reyes

Aunque hace casi un milenio los matatoros ya cobraban duro por torear los Sanfermines (hay documentos), y hace dos siglos, el inefable Goya inmortalizó, con aguafuertes, varias suertes toreras que nacieron en sus corridas, estas fiestas pamplonicas continuaban siendo una celebración local, desconocida, enquistada, en las faldas de los Pirineos, hasta setenta y cinco años atrás, cuando un gringo joven y borrachín, vino, se maravilló con su auténtica vitalidad, y publicó una crónica novelada que los volvió mundialmente famosos a los dos; a él, y a la feria, que, por esta vía, fue desflorada de su campechana virginidad, haciéndose cada vez más promiscua, multitudinaria y cosmopolita, pese, o gracias, a mantener su mismo provinciano atuendo y sus mismas anticuadas maneras de carnaval mediterráneo, primitivo, medieval, tal vez prerrománico.

Una explosión orgiástica de toros, vino, comida, música, danza, gregarismo, todo junto, todo sin pausa, todo sin límite. Una catarsis, un desafuero colectivo en el que la vida bulle con telúrica y juvenil energía; feliz en el exceso, en el juego, en el peligro, en la liberación del miedo a la muerte.

Aquí se vuelve a los orígenes, se torea, como se cazaba; en manada. Todos son toreros y protagonistas, los mozos arriesgan mucho por las calles, y después (con autoridad moral) participan intensamente juzgando la corrida formal. Más que en otra plaza, en esta, ellos asumen su papel de coro griego, parte integral del drama.
¿Por qué hacen tanta bulla? ¿Por qué no ven las corridas inmóviles y callados como en Sevilla? ¿O enfadados y renegando como en Madrid?¿Por qué prefieren el toro grande y fiero al proporcionado torito artista? ¿Por qué aplauden a los toreos que burlan de verdad la muerte y les vuelven la espalda bailando a los que sólo simulan hacerlo?
Porque de eso se trata precisamente. San Fermín es una vieja fiesta joven y son los jóvenes los que le dan su contenido de renovadora bacanal, hay que serlo para vivirlo, como lo era Hemingway cuando la descubrió y se la descubrió a los sucesivos jóvenes que se congregan todos los años, procedentes de un mundo que ha esclavizado el instinto y suprimido estos biológicos ritos de liberación y renacimiento. Sólo ellos, los jóvenes, que aman la vida e ignoran la muerte, pueden disfrutar, o siquiera resistir, una semana insomne, irresponsable, corriendo toros bravos al amanecer, hartándose de vino y comida, brincando y cantando en las corridas al atardecer y festejando desde el anochecer para volver a empezar. 
San Fermín es una vieja fiesta joven porque los jóvenes envejecen, mueren, pero la fiesta, la vida, no, siempre llegan otros jóvenes. Y como en la cita bíblica a la que se atribuye el título de la novela sanferminera de Hemingway; "The Sun Also Rises".
"Pasa una generación y viene otra, pero la tierra es siempre la misma. Sale el sol, pónese el sol y corre con el afán de llegar a su lugar de donde vuelve a nacer".
Lo sabe Luis Francisco Esplá que reapareció en Pamplona el pasado 8 de julio, a los quince años de una famosa bronca suya con el público. Preguntado durante la corrida si al volver después de tres lustros había notado cambio, sonrió y dijo: 
-"Nada, no ha cambiado nada, sólo que los que entonces se sentaban aquí -señaló con el pulgar a los bulliciosos mozos de sol- ahora se sientan acá –y señaló con el índice a los circunspectos y cariacontecidos mayores de sombra".
Pasa una generación y viene otra... el joven Hemingway es ahora la estatua de una anciano muerto hace muchos años. El joven Gaona que hace un siglo clavó aquí su histórico par, es ahora un recuerdo desvaído. Los mozos que corrieron los encierros de 1923, con los que Cayetano Ordóñez deslumbrara en el ruedo, ahora ya no existen, Cayetano tampoco, este año toreó su bisnieto, como hace cincuenta había toreado su hijo. Pasa una generación y viene otra, pero Pamplona siempre...

Jorge Arturo Díaz Reyes
© Burladero.com. Madrid, 16.07.2001

Evocación de Manolete


Evocación de Manolete
 (Publicado por las revistas Épocas y La Mejor)  
Jorge Arturo Díaz Reyes

Aires de Cervantes y El Greco evoca la iconografía de aquel hombre introvertido y tímido que sin quererlo, con su pasión y muerte personificó la más grande leyenda del toreo. ¿Qué aficionado no le tiene un lugar en sus pensamientos? ¿Cuál no ha tomado partido en la controversia que le ha sobrevivido por más de medio sigo? ¿Hay uno que no sepa que murió de toro, de Miura y en Linares? Ninguno.

Pese a que ya viven muy pocos que le conocieron, ninguno se siente ajeno al mito. Yo mismo, en un muro de mi casa conservo desde hace muchos años con religioso fetichismo, una copia del cartel de aquella tarde, y yo tampoco le conocí. No pude, llegué tarde, pero como hijo de aficionado comencé a oír de sus hazañas y pecados mucho antes de aprender a leer; anécdotas, exageraciones, juicios.

Manolete, fue uno de los tempranos héroes que poblaron mis fantasías infantiles. Desprecio del miedo, elegancia frente al peligro y una muerte romántica, doraban esa imagen magra y alargada, de rostro triste marcado por una cicatriz gloriosa. Como en las películas de vaqueros, él era el bueno, los otros eran los malos. Esa imagen cambiante, deformada, enriquecida por más de medio siglo de afición continua conmigo, habita mi memoria como habita en el mundo de los toros, como habitan los mitos. Ya no es el que fue, ahora es el que cada quien construye, unos lo agrandan, otros le minimizan, no pocos le calumnian.

No importa, él ya no existe, ya fue, ya vivió su circunstancia como pudo y dejo unos recuerdos imprecisos, como todos, unas fotos y unas filmaciones que la historia y la literatura siempre falaces, injustas y a posteriori se han encargado de manejar a discreción y sin recato.

Quizás el Manolete que pensamos es otro Manolete, quizás tan diferente que poco importaría que no hubiese sido. Quizás no fue el mejor torero, ni el más valiente, ni el más artista, ni el más puro, ni el más importante, ni el más bizarro. Pero quizá lo fue, ojalá, porque es así como quisiéramos que hubiese sido. Incólume, vertical, inflexible, cual un mástil azotado por la tormenta, sembrado en los talones, con la muleta baja y la mirada perdida en el tendido, desdeñando su vida para emocionar una plaza, sacrificando un mundo para pulir un verso, firmando con sangre porque la sangre es espíritu como rezaban (y aplicaban) los románticos del siglo XIX. Yo quiero recordarlo así, matando cara a cara, dando las ventajas al enemigo, jugándose con honor (esa virtud que ya no existe), siempre, hasta el último encuentro, aguantando todo como un caballero andante. Yo prefiero imaginarlo así.

El otro día, cuando acudía como paciente al consultorio de Mario Posada, después del consabido penar odontológico, tal vez como consuelo, me hizo seguir a su estudio y me mostró uno de sus tesoros; la fotografía de “Manolete”, “Gitanillo de Triana” y Carlos Arruza, en el Nutibara de Medellín, año 1946. Hay miles de copias de aquella foto pero la de Mario está dedicada por el mismo Manuel Rodríguez Sánchez de su puño y letra “A Don Pepe Castoreño. Mirándola, olvide mi muela y me conmoví reencontrándome con los viejos recuerdos de mi padre.
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali, II 2005