Evocación de Manolete
Jorge
Arturo Díaz Reyes
Aires de Cervantes y El Greco evoca la iconografía de aquel hombre introvertido y tímido
que sin quererlo, con su pasión y muerte personificó la más grande leyenda del
toreo. ¿Qué aficionado no le tiene un lugar en sus pensamientos? ¿Cuál no ha
tomado partido en la controversia que le ha sobrevivido por más de medio sigo?
¿Hay uno que no sepa que murió de toro, de Miura y en Linares? Ninguno.
Pese a que ya viven muy
pocos que le conocieron, ninguno se siente ajeno al mito. Yo mismo, en un muro
de mi casa conservo desde hace muchos años con religioso fetichismo, una copia
del cartel de aquella tarde, y yo tampoco le conocí. No pude, llegué tarde,
pero como hijo de aficionado comencé a oír de sus hazañas y pecados mucho antes
de aprender a leer; anécdotas, exageraciones, juicios.
Manolete, fue
uno de los tempranos héroes que poblaron mis fantasías infantiles. Desprecio
del miedo, elegancia frente al peligro y una muerte romántica, doraban esa
imagen magra y alargada, de rostro triste marcado por una cicatriz gloriosa.
Como en las películas de vaqueros, él era el bueno, los otros eran los malos.
Esa imagen cambiante, deformada, enriquecida por más de medio siglo de afición
continua conmigo, habita mi memoria como habita en el mundo de los toros, como
habitan los mitos. Ya no es el que fue, ahora es el que cada quien construye,
unos lo agrandan, otros le minimizan, no pocos le calumnian.
No importa, él ya no
existe, ya fue, ya vivió su circunstancia como pudo y dejo unos recuerdos
imprecisos, como todos, unas fotos y unas filmaciones que la historia y la
literatura siempre falaces, injustas y a posteriori se han encargado de manejar
a discreción y sin recato.
Quizás el Manolete que
pensamos es otro Manolete, quizás tan diferente que poco importaría que no
hubiese sido. Quizás no fue el mejor torero, ni el más valiente, ni el más
artista, ni el más puro, ni el más importante, ni el más bizarro. Pero quizá lo
fue, ojalá, porque es así como quisiéramos que hubiese sido. Incólume,
vertical, inflexible, cual un mástil azotado por la tormenta, sembrado en los
talones, con la muleta baja y la mirada perdida en el tendido, desdeñando su
vida para emocionar una plaza, sacrificando un mundo para pulir un verso,
firmando con sangre porque la sangre es espíritu como rezaban (y aplicaban) los
románticos del siglo XIX. Yo quiero recordarlo así, matando cara a cara, dando
las ventajas al enemigo, jugándose con honor (esa virtud que ya no existe),
siempre, hasta el último encuentro, aguantando todo como un caballero andante.
Yo prefiero imaginarlo así.
El otro día, cuando acudía como paciente al
consultorio de Mario Posada, después del consabido penar odontológico, tal vez
como consuelo, me hizo seguir a su estudio y me mostró uno de sus tesoros; la
fotografía de “Manolete”, “Gitanillo de Triana” y Carlos Arruza, en el Nutibara
de Medellín, año 1946. Hay miles de copias de aquella foto pero la de Mario
está dedicada por el mismo Manuel Rodríguez Sánchez de su puño y letra “A
Don Pepe Castoreño”. Mirándola, olvide mi muela y me conmoví
reencontrándome con los viejos recuerdos de mi padre.
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali, II 2005
Todo el sentimiento que destila la figura de Manolete sigue llenando el universo taurino. Qué bueno es que la historia nos sigue dando la razón a quienes no lo conocimos... Bien por esa doctor Jorge Arturo
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