miércoles, 9 de octubre de 2013

Evocación de Manolete


Evocación de Manolete
 (Publicado por las revistas Épocas y La Mejor)  
Jorge Arturo Díaz Reyes

Aires de Cervantes y El Greco evoca la iconografía de aquel hombre introvertido y tímido que sin quererlo, con su pasión y muerte personificó la más grande leyenda del toreo. ¿Qué aficionado no le tiene un lugar en sus pensamientos? ¿Cuál no ha tomado partido en la controversia que le ha sobrevivido por más de medio sigo? ¿Hay uno que no sepa que murió de toro, de Miura y en Linares? Ninguno.

Pese a que ya viven muy pocos que le conocieron, ninguno se siente ajeno al mito. Yo mismo, en un muro de mi casa conservo desde hace muchos años con religioso fetichismo, una copia del cartel de aquella tarde, y yo tampoco le conocí. No pude, llegué tarde, pero como hijo de aficionado comencé a oír de sus hazañas y pecados mucho antes de aprender a leer; anécdotas, exageraciones, juicios.

Manolete, fue uno de los tempranos héroes que poblaron mis fantasías infantiles. Desprecio del miedo, elegancia frente al peligro y una muerte romántica, doraban esa imagen magra y alargada, de rostro triste marcado por una cicatriz gloriosa. Como en las películas de vaqueros, él era el bueno, los otros eran los malos. Esa imagen cambiante, deformada, enriquecida por más de medio siglo de afición continua conmigo, habita mi memoria como habita en el mundo de los toros, como habitan los mitos. Ya no es el que fue, ahora es el que cada quien construye, unos lo agrandan, otros le minimizan, no pocos le calumnian.

No importa, él ya no existe, ya fue, ya vivió su circunstancia como pudo y dejo unos recuerdos imprecisos, como todos, unas fotos y unas filmaciones que la historia y la literatura siempre falaces, injustas y a posteriori se han encargado de manejar a discreción y sin recato.

Quizás el Manolete que pensamos es otro Manolete, quizás tan diferente que poco importaría que no hubiese sido. Quizás no fue el mejor torero, ni el más valiente, ni el más artista, ni el más puro, ni el más importante, ni el más bizarro. Pero quizá lo fue, ojalá, porque es así como quisiéramos que hubiese sido. Incólume, vertical, inflexible, cual un mástil azotado por la tormenta, sembrado en los talones, con la muleta baja y la mirada perdida en el tendido, desdeñando su vida para emocionar una plaza, sacrificando un mundo para pulir un verso, firmando con sangre porque la sangre es espíritu como rezaban (y aplicaban) los románticos del siglo XIX. Yo quiero recordarlo así, matando cara a cara, dando las ventajas al enemigo, jugándose con honor (esa virtud que ya no existe), siempre, hasta el último encuentro, aguantando todo como un caballero andante. Yo prefiero imaginarlo así.

El otro día, cuando acudía como paciente al consultorio de Mario Posada, después del consabido penar odontológico, tal vez como consuelo, me hizo seguir a su estudio y me mostró uno de sus tesoros; la fotografía de “Manolete”, “Gitanillo de Triana” y Carlos Arruza, en el Nutibara de Medellín, año 1946. Hay miles de copias de aquella foto pero la de Mario está dedicada por el mismo Manuel Rodríguez Sánchez de su puño y letra “A Don Pepe Castoreño. Mirándola, olvide mi muela y me conmoví reencontrándome con los viejos recuerdos de mi padre.
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali, II 2005 

1 comentario:

  1. Todo el sentimiento que destila la figura de Manolete sigue llenando el universo taurino. Qué bueno es que la historia nos sigue dando la razón a quienes no lo conocimos... Bien por esa doctor Jorge Arturo

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