martes, 14 de enero de 2014

ICONO DE LA FIESTA

La estocada de la historia
(Publicada por la revista “Astauros”  XII 2013)

Jorge Arturo Díaz Reyes

Un clamor, una crónica y una escultura, dieron alas al mito. Corría el año de 1907, era nueve de mayo, casi las ocho,  cuando en los medios de la plaza, “Machaquito”, tras una faena riesgosa, domadora y corta como las buenas de otrora, citó a recibir.
Hacía un mes largo, a no mucha distancia, en el Hipódromo de la Castellana, el Madrid había ganado al Bizcaya la final de la Copa del Rey, frente a seis mil espectadores, concurrencia sin precedentes en la historia del fútbol español.
Los catorce mil que llenaban la plaza de la Fuente del Berro, saltaron cuando el tercer Miura embistió al pequeño cordobés, y este sin ceder, cambiándolo por bajo, le sepultó la espada en la cruz. “Barbero” sintió la muerte, bravo, trató de no rendirse, abrió los cuartos delanteros buscando apoyo, levantó el izquierdo y rodó de costado. El clamor.
Entre los clamorosos había tres aficionados de postín e influencia: Benito Pérez Galdós gloria de la literatura castellana, el inmortal escultor valenciano Mariano Benlliure y José de la Loma “Don Modesto”, escritor, por entonces crítico taurino de “El Liberal”, periódico que apoyaba el recién caído gobierno de Montero Ríos. Dicen que la crónica de este, al otro día, exigiéndole a su amigo que perennizara en bronce aquella perfecta ejecución de la suerte suprema, fue lo que decidió la escultura.
Es posible que así haya sido, al menos es la versión oficial, pero quizás la petición personal de Pérez Galdós, de la cual no hay constancia, pesó más dados la admiración y afecto que Benlliure le profesaba. No obstante. como lo que no se publica no existe, atengámonos a la crónica:
Madrid. Ocho miuras para Fuentes, Bombita, Machaquito y Cocherito de Bilbao. Prepárate ilustre alfarero. ¡Ha llegado la hora! Afila tu cincel de oro y mete mano a ese barro divino, que conviertes luego en obras inmortales, ya no es posible esperar ni un momento más. Ahí va una modesta idea. Un toro herido de muerte por una estocada monumental se tambalea… en el pitón derecho lleva prendido un trozo de la pechera de la camisa del matador… ¡Machaquito! ¿Te parece bien? Pues manos a la obra.”
La escultura se fundió, fue comprada por un industrial bilbaíno quien se la regaló al torero, y hoy es patrimonio artístico de la humanidad. Infinidad de originales, imitaciones y variaciones se han inspirados en ella. Es unánime, conmueve a todos con su perfección y dramatismo. Sin embargo, para los aficionados al toreo, es más, es una imagen sagrada, reliquia de la suerte suprema, ícono de la razón de ser de la fiesta; la muerte ritual del toro.
Por otro lado, ese clamor, esa crónica y esa escultura mitificaron  a Rafael González “Machaquito” como uno de los mejores matadores de la historia junto a "Frascuelo". No lo considera justo Félix Bleu quien los vio:  “Dicen que fue valiente, mentiría quien sostenga lo contrario. Dicen que fue comparable a `Frascuelo´, eso es una  herejía. Con pundonor, guapeza y aparato mató mucho. Pero defectuosamente”.
Por su lado Cossío le señala: “el paso atrás, el atropellamiento, la despreocupación por el terreno, la impaciencia, que le hacía no reparar en la posición del toro.”  Seguramente todo sea cierto, tanto como también que aquella tarde, con aquel Miura, Rafael dejando la pechera, dio la estocada de la historia. Un clamor, una crónica y una escultura le dieron alas al mito.

2 comentarios:

  1. Como siempre: excelente, estimulante y enriquecedor. Estas historias en blanco y negro siempre empujan a imaginar como fueron esos instantes, de cada artista, del que quiso dejar plasmado en materia un momento supremo y del que logro el sumun de la fiesta: con honor y verdad lograr "la muerte ritual del toro".

    Gracias

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  2. !! que bonita y maravillosa historia !! Esto se llama Cultura Taurina. es emocionante leer todas estas notas que salen de la mente de nuestro querido Jorge Arturo como por arte de magia. Gracias !! por hacernos tan felices leyendo estas bellas notas históricas. Con gratitud y afecto: Rodrigo González Caicedo.

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